Ayer me dirigía a un tanatorio, a acompañar a amigos míos que han perdido hace poco a un ser querido. En el coche, llegando tarde, estábamos hablando sobre como orientarnos cuando interrumpí la conversación con una maldición.
“¿Qué te ocurre?” me preguntaron.
“Nada, nada... es que me he olvidado de actualizar mi blog.”
Me sentí estúpido. ¿Preocuparme por algo tan frívolo en circunstancias como estas? Qué vergüenza.
Pero la preocupación seguía allí. Me había propuesto actualizarlo diariamente y no lo estaba cumpliendo.
Y así me volvió a la cabeza una de mis reflexiones más interesantes de los últimos años. Una que siempre me acompaña cuando me enfrento al día a día. No hay que despreciar las pequeñas cosas porque, en realidad, ellas son lo que hila el día a día, la vida de una persona, y no los grandes acontecimientos.
Pero, claro, cuando pasa algo importante, como es una muerte de este calibre, mi argumento solo parece la justificación de un hombre frívolo.
Al final no actualicé, y no ha pasado nada.